lunes, 26 de septiembre de 2011

Burocracia

Artículo/Article

Desde Bangkok

Una odisea en el aeropuerto de Bangkok  Publicada:  26 septiembre 2011
Jorge Luis Hidalgo Castellanos


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El avión en el que se transportaron las maletas con ropa y enseres personales de pasajeros que viajaron en él llegó a las 5:25 de la mañana y para liberarlas habría que ir a la terminal de carga aérea del aeropuerto internacional Suvarnabhum, adyacente a la de pasajeros pero a la que se tenía que ir en automóvil.

Una hora pasó entre que el Airbus 320 se estacionó y se autorizó el descenso de los pasajeros, quienes después de caminar casi un kilómetro pasaron migración, recogieron su equipaje y salieron del aeropuerto, de manera que salí de esa terminal a la 6:30 y llegué a la de carga 15 minutos después. Si bien el edificio de carga aérea de Thai Airways, la aerolínea nacional, es grande dentro del complejo de esta terminal, se me envió al edificio de Aduanas, donde me enteré que sólo abría a las 8:30.

Al preguntar a alguien más de esa pequeña ciudad tailandesa que es el complejo –ahí laboran miles de personas del gobierno y empresas relacionadas con el transporte aéreo— se me indicó que estaba en el lugar equivocado. Thai Airways Cargo estaba en la sección de enfrente, a la que se tenía que llegar haciendo un rodeo en auto, saliendo y volviendo a entrar.

Pasaron 30 minutos hasta que arribé al lugar correcto, después de haber descendido del coche —con un calor de 32 grados centígrados a esa hora— y haber tenido que caminar en línea casi recta por diferentes andenes unos 300 m. Afortunadamente ya estaba abierto a esa hora y presenté los documentos. Se comprobó que la carga había llegado y se sellaron los papeles. Comenzaron a arribar muchas personas que tomaban un número para ser llamados a las ventanillas, mientras yo salía rumbo a la aduana con la esperanza de terminar y llegar a mi oficina a las 10 de la manana. Oh ilusion!

Eran las 7:50 y había que esperar más de media hora a que la Oficina de Aduanas abriera, de manera que me senté a esperar. Cientos de personas empezaron a llegar. Eran empleados públicos que se preparaban para sus labores del día, permitiendo con ello el flujo de bienes y mercancias de la más diversa índole, que diariamente llegan y salen de Tailandia a través de su mayor aeropuerto internacional. Millones de dólares y de productos exportados e importados desde los más lejanos rincones del mundo. Desde cerezas norteamericanas, manzanas sudafricanas y aguacates mexicanos hasta quesos y jamones de Parma. Orquídeas y otras flores de Chiang Mai, mangostanes y mangos de Chonburi hasta objetos de decoración tradicional y derivados de coco provenientes de diversas partes del territorio tailandés. El volumen, peso y valor es apabullante.

Llegó la hora de abrir y de inmediato me aproximé a una ventanilla para continuar con los trámites. Amablemente se me indicó que se procedería en unos momentos e incluso tuve la suerte de que la directora de ese departamento sonriente me indicara que me atenderían de inmediato. Mi esperanza se alimentó y regrese a sentarme, afortunadamente en una sala con clima artificial.

Desde mi asiento tenía un panorama y durante 40 minutos tuve la oportunidad de apreciar los preparativos burocráticos. Entraron algunas personas con bolsas en ambas manos que dejaban ver diversos platillos en recipientes desechables con sus respectivas bebidas: café, té, jugo o refresco. Algunos llevaban fruta picada o rebanada. Una más llego con dulces y pan. Todas se dirigían casi al mismo lugar. En  las ventanillas no había todavía nadie, a pesar del horario marcado en un rótulo. Media hora después salió un empleado y me dijo que su jefa estaba casi lista para recibirme. Le agradecí la información y sonreí también.

A esa hora yo ya había descubierto un puesto de donas y café, que resultó ser un oasis en mi mañana. Nadie había notado mi ausencia, por supuesto. Cuando me llamaron y finalmente revisaron la documentacion, resultó que había que regresar a Thai Airways para pedir que colocaran un nuevo dato para evitarme complicaciones y demoras. Cuando retorné me sellaron unos documentos y de la manera más amable se me invitó a regresar en hora y media, a las 1 de la tarde, porque ya era la hora de la comida.

Aproveché para comer un sándwich y presentarme antes de la una. Vi una procesion que volvía a sus escritorios y minutos después, a media tarde, otras personas con más bolsas de comestibles preparados, dulces, cafés y tes helados, afuera ya hacía 39 grados centígrados y la oficina llena de gestores.

Después de un aguacero, a las 7:30 de la noche dejé la preciada carga recuperada en su destino final, recordándome que no estaba en México, sino en la sorprendente Tailandia.
 
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