lunes, 29 de abril de 2013

Koh Samet

Desde Bangkok
 (SEGUNDA PARTE)
Publicado: Lunes, 29 de abril de 2013 - 3:02 am En: Calidad de vida, Imagen Diario de Yucatán
 Jorge Luis Hidalgo Castellanos


Las aguas del Golfo de Tailandia son tibias y las que rodean koh Samet llegan en mansas olas a sus playas de suave arena blanquecina. Sin embargo, son pequeñas en extensión, la mayor quizá tiene un kilómetro de largo.


Sentados a la mesa, frente al mar y con la luna en lo alto, esa noche cenamos arroz servido dentro de media piña y mariscos con ensalada de papaya verde, en un lugar llamado “Viking”, cuyo dueño debe haber vivido en Escandinavia dado que las paredes del restaurante estaban decoradas con equipo de deportes invernales, entre ellos esquíes y patines para hielo. Mi compañera tailandesa me dijo que la isla es pequeña y puede recorrerse a pie, por lo que decidimos caminar al día siguiente a otras playas vecinas como la de Ao Wong Duan.

Poco después de desayunar cruzamos una espesa jungla y descendimos una colina que daba a  una serie de casitas de madera construidas sobre palafitos. Esta parte  de la isla estaba más habitada y con muchos turistas, restaurantes y hasta un cajero automático del Bangkok Bank. La playa era ancha y larga. Noté algo extraño: no escuchaba voces ni sonidos de la gente que veía, misma que tampoco parecía verme. Sin embargo, había escuchado los tucanes en la floresta y el murmullo de las ramas de los almendros al moverse con el viento. También oía el rumor del mar, ahí mismo en la playa; y por supuesto, la dulce voz de la tailandesa.

En algún momento, al caminar junto a ella, me pareció ver que flotaba, que sus pies no tocaban el piso, pero no puse mayor atención. Su voz y su figura me embelesaban. Sus ojos risueños combinaban perfectamente con sus voluptuosos labios y sus estilizadas manos eran un convite a tomarlas para no soltarlas jamás. La playa solo registraba la impresión de mis huellas.

Retornamos a Ao Thian para descansar un poco. Después de una siesta ella me señaló un sendero y ascendimos entre los arbustos de la parte más estrecha de la isla para llegar a otra playita, en el lado oeste de Koh Samet. Ahí había dos o tres chozas de pescadores. Estábamos solos y vimos algunos botes en el mar y el ferry que a lo largo del día transporta gente y abastos, en una ruta que rodea la isla y que hace dos horas para regresar al puerto de Ban Phe. Varias lanchas con motor fuera de borda también navegaban con destinos diversos, en un activo tráfico marino que contrastaba con la tranquilidad que se sentía en Samet, alguna vez escondite de piratas y punto de revisión para los navegantes chinos todavía hasta principios del siglo XX.

Me enteré que a principios de los 80 se designó a la isla como Parque Nacional de Khao Laem Ya-Mu Koh Samet  y varios tailandeses comenzaron a frecuentarla desde Bangkok. Poco a poco fueron estableciéndose hostales con cabañas, principalmente en el lado oriental. En su costa menos desarrollada, la occidental, afortunadamente todavía hay lugares como el resort Ao Phrao, en el que se llega a pensar que se está aislado del mundo. Por ser un parque nacional cada visitante paga un derecho por ingresar, bueno menos de 10 dólares por cabeza.

El piquete de un mosquito, que me pareció del tamaño de una avispa, me sacó del trance en que me encontraba contemplando a mi guía. Era, pensé entonces, la persona adecuada para hacerme compañía y el complemento perfecto para esa isla que me recordaba la de alguna película filmada en Tailandia. Ella se dio cuenta de ambas cosas y me comentó que una preocupación entre los isleños era la malaria, enfermedad transmitida por los mosquitos que a lo largo del año están acechando a sus presas humanas. Nada nuevo en el trópico y nada que impida visitar lugares con tantas bellezas. Nuevamente la seguí y nos sumergimos en el mar, donde intenté, lo recuerdo bien, abrazarla...


Desperté en la cubierta del bote, rodeado de mis amigos. Me había caído al intentar abordarlo dando un salto desde el muelle y perdí el conocimiento por algunos minutos, mismos que pase acostado sobre los asientos mientras se dirigía a la isla. La lancha se llamaba “White Shark” y surcaba el golfo de Tailandia velozmente para llegar a  Baan Thai Sang Thian, el  rústico resort donde tenía mi reservación para tres días en Koh Samet, lugar en el que se cuenta que hubo una sirena.H

Copyright 2013. Texto: Hidalgo


Koh Samet, in the Gulf of Thailand (II)
Jorge Luis Hidalgo-Castellanos
The waters of the Gulf of Thailand are warm and those around Koh Samet arrive smoothly to its white and soft sand beaches. Notwithstanding, the beaches are short and the biggest is one kilometer long.
With the moon in the sky and seated at the table in front to the sea, we had a dinner of rice with seafood served in a half pineapple, with Green Papaya Salad in a place called “Viking”, whose owner must have lived in Scandinavia because the walls of the restaurant were ornamented with winter sports equipment such as skis and ice-skates. My Thai escort told me that since the island is small, one can walk around all of it so we decided to walk the next morning to other beaches close to ours, like Ao Wong Duan, for example.


A bit after having breakfast we walk into the dense jungle behind the bungalows and went down a hill that ended in a compound of small houses built on water dwelling sticks. This area of the island was inhabited with more people and we could see many tourists, restaurants, bars, cafes and even a Bangkok Bank ATM. The beach was large. It was odd that I did not hear any voices or sound made by the people I was seeing. Nevertheless, I could hear the Bill-horns birds in the forest, the whisper of the Almond trees’ branches moving by the wind, as well as the marine murmur, and of course the Thai girl’s voice.

In a given time, walking together, it seemed to me that she was floating in the air. Her feet did not touch the ground, but I did not really pay attention to this fact. Her smiling eyes matched perfectly with her voluptuous lips. Her slender and pretty hands were an invitation to take them and never release them again.

We returned to Ao Thian to rest for a while. After a nap, she showed me a trail which we took to go up the hill through bushes in the narrowest part of the island in order to get to another small beach, located in the west side of Koh Samet. Over there, there were only two or three fishermen’s palm and timber huts. We were alone and we saw some boats sailing and the ferry which along the day transports people and goods. The ferry circumnavigates the island taking two hours to complete the route returning to the port at Ban Phe.  Many boats with out-of-the board engines were in the sea going and coming to different places in an active maritime traffic contrasting with the tranquility of Samet, the place that once was pirates’ den and a customs point for revision of Chinese navigators.

I also was told that at the beginning of the 80’s the government designated the island as a National Park and since then many Thais from Bangkok started to visit Koh Samet often. Little by little hostels and inns were established, mainly in the eastern side with bungalows. Leaving the west side without development has allowed the island to offer places like Ao Phrao Resort, where one can think that one is really isolated from the world. As any national park in Thailand all visitors pay a fee when entering Koh Samet.
The mosquito bite brought me out of the daydream I was in while contemplating my guide. It was a wasp-size mosquito. She was, I thought at that moment, the appropriate person to be with me; the perfect complement for me on this island, a place that reminded me of a Hollywood movie filmed in Thailand. She noticed both things and changed the conversation telling me that a big concern for the islanders is Malaria, a sickness commonly spread by mosquitoes that along the year attack their human preys. Well, nothing new in the tropics but at the same time nothing that prevents one from visiting such a place, full of beauties of different kinds. As in a previous occasion, I followed her again and walked into the sea. This time while under the water, I recall it vividly, I tried to hug her…

                                                                                            ***
When I woke up I was at the boat’s deck surrounded by my friends. Accidentally, I fell down when I jumped from the wharf trying to go on board and bumped my head. I fainted and was unconscious some minutes, time that I spent lied over the boat’s bench while it navigated fast to the island. That boat’s name was “White Shark” and took us to Baan Thai Sang Thian, the rustic resort at Koh Samet where I reserved a bungalow for three days. Native people say that long time ago in Koh Samet was a mermaid.H
Coyright 2013.



lunes, 22 de abril de 2013

La sirena de Samet

Desde Bangkok

(PRIMERA PARTE)

Publicado: Lunes, 22 de abril de 2013 - 12:21 am En: Diario de Yucatán, Calidad de vida, Imagen
Jorge luis Hidalgo Castellanos

Mi cuerpo resentía el golpeteo del mar mientras el “tiburón blanco” se sumergía en las aguas del golfo de Tailandia. Iba rápido hacia el sur, cerca de la costa de Ban Phe en la provincia de Rayong, una de las veinticinco que cubren la parte central del reino.
Había dejado Bangkok temprano, alrededor de las siete de la mañana. Después de tres horas en el coche, por la carretera número 3 que va al este del país, la famosa Sukhumwit Road, llegué al pueblo costero donde me embarcaría hacia una de las islas que se encuentran en un área del golfo en forma de herradura en cuyo vértice esta la capital de Tailandia. Ban Phe está en el extremo inferior derecho de esa “u” invertida y frente a él, a unas cuantas millas náuticas y 20 minutos en lancha se ve Samet, la isla que ese día me disponía a visitar.
No me di cuenta cuando caí, lo que recuerdo muy bien es que el tiburón me recibió y atrapándome en sus fauces me introdujo en las contaminadas aguas que rodean el muelle, en cuya superficie tristemente vi flotar basura; plásticos en general. "Ello me preocupó", habría dicho después, pero la verdad es que la caída y la presencia del escuálido hicieron que olvidara la suciedad del mar e intentara respirar mientras podía, sin saber nada más de lo que pasaba. No sentí nada. El tiburón blanco nadaba llevándome consigo y yo sólo sentía el mar pasando raudo.

Isla en tailandés se dice koh, y a la que fui a parar esa mañana es una pequeña, con 6 km de largo y menos de 3 de ancho, en forma de papalote o mantarraya. La parte ancha en el norte y una larga cola que se prolonga al sur. Koh Samet es su nombre, aunque hay quien la escribe con d en lugar de t.
El escualo me dejó en una pequeña playa de arena clara con rocas oscuras a los lados. Frente a ella, conseguí ver que en la colina había unas chozas con techos tailandeses terminados en agudas puntas, semejando pagodas siamesas color café.  Horas más tarde sabría que el nombre del lugar era Baan Thai Sang Thian. No recuerdo nada más, estaba exhausto y seguramente mal. Me desmayé y desperté varias horas más tarde.

Alguien de la isla me había puesto en una habitación rectangular con amplias ventanas y aire acondicionado. No escuchaba ruido, sólo el trino de los pájaros y a lo lejos, el rumor de las olas. Estaba en una cama dura aunque acolchonada, con sábanas de algodón y una manta de seda morada. Quise levantarme y no pude, caí nuevamente en el  lecho y entonces vi que en la pared del cuarto había dos cuadros tailandeses, el de una bailarina y otro de un paisaje bucólico.
Una sonriente chica thai, como la de retrato, entró a la habitación con una jarra de celadón y tres cuencos de la misma porcelana. Se sentó junto a mí y me saludo con un wai, colocando las manos juntas en su pecho. Me sirvió té de jazmín y levantó mi cabeza para facilitarme beberlo. La fruta que después un muchacho trajo sirvió para recuperar fuerzas y tratar de conversar con la espigada tailandesa. Supe que me había cuidado durante casi un día mientras yo dormía y que no sabían si mi destino era este lugar, donde ahora estaba. Los farangs, como yo, no solían visitar Ao Thian.
Inevitablemente llegamos a la playa, ella entró al mar y amablemente 
 me  invitó a seguirla. Pese al recelo inicial, después de mi reciente experiencia marítima, no pude resistir la amable sonrisa de esta nereida asiática y me metí a las cálidas aguas del golfo de Tailandia. Le sonreí también.
Después de comer padthai, curry con verduras y arroz blanco en la terraza de mi casita, la tailandesa me ofreció mango con arroz dulce glutinoso. Tenía sabor a coco y en combinación con el mango resultaba un manjar. Las aves cantaban en la jungla que nos rodeaba y los árboles prodigaban la sombra que hacía disminuir la alta temperatura del medio día. Las papayas, los plátanos y las carambolas se veían exuberantemente colgadas y al alcance de la mano. Desde la veranda, entre la maleza y otros búngalos, podía ver el mar y las olas arribando a la playa. Era paradisiaco.

La chica me contó que Koh Samet es un parque nacional con varias playas y que estábamos en Ao Thian una de las menores y más aisladas. La isla aparece en”Phra Aphaimani”, la obra maestra de la literatura thai escrita en el siglo XIX por Sunthorn Phu en la que narra el exilio de un príncipe siamés que escapa, con la ayuda de una bella sirena, de una gigante enamorada que lo retiene en su mundo marino.H            

  Continuará.
Copyright 2013.  Texto & Fotos:  Hidalgo


Mermaids and Sharks at koh Samet  (I)

By Jorge Luis Hidalgo-Castellanos

My body felt the sea beating it while the “White Shark” went into the waters of the Gulf of Thailand. It was close to Ban Phe coast in Rayong province, one out of twenty-five provinces at the central part of the kingdom and the shark was going to the south, fast.

I had left Bangkok early that day, around seven o’clock. After three hours by car, along Number 3 Highway, the one that goes to the East, the well-known Sukhumvit Road, I arrived to the coastal town where I would board to go to one of the islands located in that area of the country which had a horse-shoe shape in whose vertex Thailand’s capital city is. Ban Phe town lies at the bottom of the right side of such an upside down U, and only a few nautical miles in front of it, about 20 minutes by boat one can see Samet, the island I wanted to visit that day.


I really did not realize when I fell into the water but I remember very well that a shark caught me in its jaws and submerged me into the polluted waters of the wharf, where sadly I saw garbage floating on its surface, plastics in general.  “That worried me”, I would say afterwards, but to say the truth my fall and the presence of the squalid made me forget the dirtiness of the sea and made me try to take a deep breath while I could not realize what else was happening. Neither had I felt anything. The White Shark swam speedily taking me along and I just was feeling the rapid sea currents.

In Thai language, koh means island and the one I was taken to that morning is a small piece of land only 6 kilometers long and 3 wide in a kite or manta ray shape. It has its broadest area at the north and a long and narrow tail going south. Its name is Koh Samet, sometimes written with a d at the end instead of a t.
 
The shark left my body on a small beach of clear sand and dark rocks at the sides. In front of that small beach I could see, atop at the hill, some cabins and Thai-style shaped roofs with long tips as brown Siamese pagodas. Sometime later I would know the name of such place: Baan Thai Sang Thian. I do not remember anything else. I was exhausted and certainly in bad conditions. Then I fainted. Some hours later I woke up.

Somebody from the island took me to a rectangular room with big Windows and air conditioner.  I did not hear any noise other than the birds chirping and far away the sea waves murmur. I was laying on a hard-cushioned bed with cotton sheets and a purple silky bed cover. I wanted to stand but I could not. I fell on the mattress and then it was when I notice two pictures on the room’s wall. One picture was of a Thai dancer and another one of a bucolic view of Thailand’s countryside.

A smiling Thai girl, similar to the one at the picture, entered my room bringing a Celadon teapot and three cups made of the same Thai china. She sat near me and greeted me with a typical wai, putting the hands together on her chest touching her nose with her fingertips. She served Jasmine tea and helped me to drink it lifting my head softly. Later, a boy bought us some fruit which gave me strength to try to talk with the thin and graceful Thai girl. I was told that she took care of me for a day while I was sleeping and that nobody knew if this place, where I was now, was actually my final destination. Farangs like myself were not common visitors of Ao Thian.

We were, in a given moment, at the beach. She entered the sea and kindly invited me to follow her. Despite my initial doubt due to my recent bad experience I could not resist the pretty smile of this Asiatic nereid and I went into the warm waters of the Gulf of Thailand. I smiled too.

After eating Padthai, Curry with vegetables and White Steamed Rice at my cabin terrace, the Thai girl gave me Mango with Sticky Rice. The combination of mango with the coconut flavor of the dessert was a tasty dish. The birds of the jungle were chirping and the trees’ shade around us made the midday’s high temperature cool a bit.

Papayas, bananas and star-fruits were exuberantly hanging on their trees at hand distance. I could see from my veranda, through the tropical bushes and the bungalows, the sea and its waves splashing at the beach. It was truly, a Paradise.

The girl told me that the island is a national park with several beaches around it. We were, she said, at the one called Ao Thian. It is one of the smallest and more isolated beaches of the Koh Samet. This island is described in ”Phra Aphaimani”, a famous poem of Sunthorn Phu, a Thai writer and poet from the 19th century. Such a poem tells the story of a Siamese prince trapped by a giantess in her under water kingdom due to the fact that she is in love with him. The prince escaped to Koh Samet with the help of a beautiful mermaid.            To be continued.

Copyright 2013.
 


miércoles, 17 de abril de 2013

Songkran 2556


Desde Bangkok

El Año Nuevo budista

Publicado: Lunes, 15 de abril de 2013 - 3:05 am En:Calidad de vida, Imagen del Diario de Yucatán


Jorge Luis Hidalgo Castellanos
Cambio, movimiento, mudanza. Ese es el significado del término sánscrito “sankranta” que da origen al Songkran budista, la festividad que celebra el Año Nuevo en Tailandia y otros países del sureste asiático a mediados del mes de abril. En este reino y también en Camboya, Laos y Myanmar este fin de semana se inicia el año 2556 de la era budista.
Llama la atención a quien no es asiático que el año se inicie en el cuarto mes y no en el primero, pero la cuestión es muy simple. Los calendarios se basan en la astronomía –en el movimiento de los astros-, incluyendo el que rige en México y que domina en la actualidad el planeta: el llamado Gregoriano, que reemplazó al que se conoció con el nombre de calendario Juliano.
Varios pueblos y religiones, como la budista, por ejemplo, establecen su calendario basado en el sol y la luna –calendario solilunar-. De acuerdo con éste, los seguidores del budismo theravada establecieron que el año se inicia con la luna nueva, entre los días 12 y 15 de este mes, que en el Gregoriano corresponde a abril.
Es decir, se trata de un calendario conceptualmente distinto que aplica a los budistas y ni siquiera a todos, sino solamente a los que viven en una parte del sureste asiático, casi la mitad de los estados miembros de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ANSEA), cuarentón organismo regional conformado por diez países.El año sencillamente se inicia en este mes.
No sobra decir que los tailandeses decidieron, de forma pragmática, adoptar en los años 40 del siglo pasado paralelamente el calendario Gregoriano dado su uso en la mayor parte del mundo y con el fin de facilitar trámites, viajes y transacciones comerciales internacionales.
 El resultado ha sido que en Tailandia, que en mucho es similar al sureste mexicano, se festejan al menos tres  inicios de año o “añonuevos”, si se considera también la extensa población tailandesa de origen chino que conmemora con algarabía el año nuevo chino entre enero y abril, actualmente el Año de la Serpiente.
Es, sin embargo, el Songkran, el periodo que los pueblos camboyano, laosiano, myanma y tailandés sienten como suyo. Desde la tarde del día 11, ya casi nadie labora y desde entonces y hasta el 16 es un periodo feriado en el que las calles de Bangkok, Phnom Penh, Vientián y Yangón disminuyen su tránsito y la gente, en particular los niños y jóvenes, se dedica a bailar y mojarse a cubetazos, entre otra cosas para mitigar el intenso calor del “verano” de esta región del mundo. Es, toda proporción guardada, un carnaval asiático.
Pero volviendo a la causa religiosa del evento, el Songkran es un periodo en el que los templos budistas realizan un ritual mediante el que sus monjes lavan a Buda, o mejor dicho a las representaciones del Iluminado, con abundante agua, que al recorrer la escultura queda santificada.
Los feligreses toman el sagrado líquido que cae de los budas y a su vez se bañan o mojan con ella con la idea de purificar el cuerpo. En el hinduismo pareciera haber algo similar que se conoce como Holi y en la parte central de México también, aunque ya sin el matiz devoto, como la costumbre de arrojarse agua el sábado santo, por cierto también la época seca y más calurosa de esos lugares.
El Año Nuevo budista representa una oportunidad más para cambiar, modificar actitudes para bien, mejorar y desear lo positivo. Anhelar prosperidad, salud y sobre todo paz y seguridad, en México, Iberoamérica y en todo el mundo.
En Asia hay en estos días tensiones que no existirían si se aplicaran los principios básicos de los grandes maestros de este continente, incluyendo a Tangun y Confucio. !Suk-san wan Songkran! !Feliz y próspero Songkran, 2556!H

Copyright 2013.  Texto: Hidalgo

lunes, 8 de abril de 2013

Empresaria excepcional

Desde Bangkok


Publicado: Lunes, 8 de abril de 2013 - 3:00 am En: Calidad de vidaImagen, en el Diario de Yucatán

Jorge Luis Hidalgo Castellanos

Faustina es una mujer fuerte, como la mayoría de las mujeres mexicanas. Bueno, en realidad es menuda y frágil físicamente, pero con una actitud resuelta, una lealtad a toda prueba y un espíritu indomable; como casi todas las mujeres. Es sonorense y vive en Bangkok desde hace más de treinta años.


Todo comenzó del otro lado, en Douglas, Arizona donde estudiaba en el Cochise College. Faustina conoció a un apuesto joven tailandés que becado había cruzado el gran charco Pacífico para mejorar su inglés y estudiar fotografía. Contrajeron matrimonio y se trasladaron a Bangkok al finalizar sus estudios universitarios. Ella no hablaba tailandés y por su parte, casi nadie a su alrededor conocía el español o el inglés. Su segundo reto fue aprender el idioma local, después del más duro: haber dejado su tierra norteña, árida y fría en el invierno, a miles de kilómetros y echar de menos los tamales, las coyotas y las tortillas de harina.

Pocos años después, ya con un hijo y con poco dinero, pensó que si era capaz de hacerse sus tortillas de harina en casa, bien podría venderlas a los mexicanos que conocía y quizá a uno que otro restaurante de comida tex-mex en la capital tailandesa. En ese tiempo Tailandia aún estaba lejos de ser la cosmopolita metrópolis que es actualmente y era casi imposible encontrar productos extranjeros o comida tipo mexicano. Esa era una oportunidad, tan grande como los ojos de esta mexicana que decidió que se las arreglaría para hacer tortillas, tacos, salsas y tamales en Bangkok. Faustina inició entonces, con un rodillo de madera, lo que más tarde sería su negocio.

Los productos de harina no representaban mayor problema, pero los de maíz realmente no funcionaban. El grano era amarillo y no blanco, lo que no era realmente una complicación, pero era casi imposible hacer el nixtamal. Probó con harina de maíz local, pero lo que servía para preparar la polenta italiana no era lo que necesitaba para sus tortillas. Así, tras experimentar con varias fórmulas, métodos e ingredientes consiguió elaborar las primeras tortillas de maíz con mucho esfuerzo, sobradas esperanzas y una tortilladora manual de madera que se había traído de México.

Con el paso del tiempo la marca El Charro Thai-Mex se hizo, poco a poco, de una amplia lista de productos elaborados localmente que van desde las tortillas de harina “Home-Made Sonora Style” de diversos tamaños y de maíz que se venden refrigeradas hasta los burritos –de res, puerco o frijoles- y tamales, pasando por buñuelos, totopitos y salsas rojas y verdes. Muchos de ellos se elaboran con maquinaria mexicana que Faustina se ha empeñado en importar orgullosamente desde su país, aunque de vez en cuando le hagan pasar malos ratos con el servicio técnico, la garantía, los envíos y en general aspectos necesarios para la exportación.

Los productos El Charro se venden en los principales supermercados de Tailandia y directamente por la empresa de Faustina en el barrio de Ladprao que conjuntamente con su esposo administra y que de su cocina pasó a un local en la parte trasera de su modesta casa, hasta tener la actual fábrica que emplea a unas decenas de trabajadores que lo mismo elaboran los productos para distribución nacional como para el servicio a domicilio y “catering” que suele ofrecer. Su esposo también regenta Que chido!, el restaurante que abrieron en 2012 para su hijos.

Faustina, quien nunca para ni deja de pensar, pese a las vicisitudes, ya tiene en mente la exportación a países vecinos en Asia.

El Charro existe en Tailandia gracias a Faustina, a su voluntad, perseverancia y trabajo. Es, afortunadamente, un caso empresarial exitoso que podría ser tomado en cuenta por quienes desean hacer negocios en Asia o en cualquier parte del mundo. Lo mexicano debe ser reconocido por su calidad, sea producido aquí, en China o en la Cochinchina, para no defraudar a los consumidores y el nombre de México. Atrevámonos a ser todos como Faustina.H

Copyright 2013   Texto & Fotos:  Hidalgo

lunes, 1 de abril de 2013

Indicación Geográfica


Desde Bangkok

Indicación geográfica: del tequila al habanero

Publicado: Lunes, 1 de abril de 2013 - 3:02 am En: Calidad de vida, Imagen, Diario de Yucatán

 Jorge Luis  Hidalgo Castellanos
¿Existe tequila vietnamita o europeo? ¿Relojes suizos hechos en China? ¿Habanos manufacturados en Suiza o té de Ceilán iraquí? Bueno, sí que los hay en el mercado y también gente que los compra, pero no se garantiza entonces ni la reputación que su lugar de origen otorga y mucho menos su calidad.
Exhibición de la DOT en el simposio mundial.
Para conocer más acerca de este tipo de situaciones y promover la protección del origen de los productos se llevó cabo en Bangkok la semana pasada, del 27 al 29 de marzo de 2013, el Simposio Mundial de Indicación Geográfica, coorganizado por el Departamento de la Propiedad Intelectual de Tailandia (DIP, por sus sigla en inglés) y la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) en el que participaron representantes de varios países y todos los continentes, entre ellos México.
La indicación geográfica (IG) es un aspecto del comercio internacional que no sólo indica al consumidor el origen de lo que se adquiere sino la calidad que ese bien tiene. Es un aspecto que influye en el valor de los productos haciendo que estos sean más competitivos y reconocidos en todo el mundo. Es decir, les añade valor.
De acuerdo con la OMPI “una indicación geográfica es un signo utilizado para productos que tienen un origen geográfico concreto y poseen cualidades o una reputación derivadas específicamente de su lugar de origen. Por lo general, una indicación geográfica consiste en el nombre del lugar de origen de los productos. Ejemplos de ello son Champagne, Parmigiano, Rioja y Tequila.
La OMPI establece que “Una denominación de origen es un tipo especial de indicación geográfica, que se aplica a productos que poseen una calidad específica derivada exclusiva o esencialmente del medio geográfico en el que se elaboran. Es decir, que el concepto de indicación geográfica mencionado al principio de este párrafo engloba a las denominaciones de origen (DO).
Ahora bien, esa protección jurídica y comercial de las IG y DO se regula por la legislación de cada país a nivel nacional y por los tratados en la materia a nivel internacional, a saber el Convenio de París para la Protección de la Propiedad Industrial de 1883 y el Arreglo relativo a la Protección de las Denominaciones de Origen y su Registro Internacional firmado en la capital de Portugal en 1958. Si bien cada uno tiene diferente número de partes o adeptos, ambos son administrados y aplicados por la OMPI para asesorar a sus miembros, que son la mayoría de los países en el mundo. Es lo que se conoce como el Sistema de Lisboa.
Denominación de Origen del Tequila (DOT)
En el marco del simposio hubo una muestra internacional de productos con IG, entre los que destacaron los países del sureste asiático encabezados por Tailandia, con módulos de productos de seda, cerámica y productos agrícolas. Malasia, Indonesia Brunei, Japón, Camboya y Vietnam, entre otros, también estuvieron presentes, así como un pabellón de Europa donde se exhibieron quesos manchego, feta, roquefort y parmesano, jamones de España, Italia y Francia, y vinos blanco, verde y oporto de Portugal. México y Perú fueron los únicos latinoamericanos presentes en la exposición de productos presentando tequila y pisco, respectivamente.  
Desde la década de los años 70 se tiene la Denominación de Origen  del Tequila (DOT), un elemento que le da derechos exclusivos y le protege jurídicamente no solo en el territorio nacional sino también en el extranjero. Sin embargo, el reconocimiento de la DOT en el mundo se hace con promoción comercial y registrándolo ante las autoridades de la propiedad intelectual o industrial de cada país.
 

En el caso de Tailandia, la DOT fue registrada oficialmente en junio de 2012 por el DIP tailandés, en una gestión que llevó varios años y el apoyo de diversas entidades públicas y privadas mexicanas entre ellas el Consejo Regulador del Tequila (CRT) y la Secretaría de Relaciones Exteriores (S.R.E.).
No obstante, contar con el registro jurídico en Tailandia no es suficiente, pues todavía se pueden encontrar botellas de marcas no registradas en el CRT, que se comercializan como tequila en tiendas y supermercados locales con nombres en español que no son destilados de agave azul (Tequilana weber) y fueron hechos en Hanoi, por ejemplo, incumpliendo las normas jurídico-comerciales. Para impedir esta situación, la labor de la embajada mexicana es fundamental para identificar los productos y exigir al DIP actuar en consecuencia.
México, por cierto, tiene actualmente 14 productos agropecuarios y no agrícolas con IG: Tequila, Mezcal, Bacanora, Charanda, Sotol, Talavera, Chile habanero, Vainilla de Papantla, Café de Veracruz, Ámbar de Chiapas, Olinalá de Guerrero,  Café de Chiapas, Arroz de Morelos y Mango Ataulfo del Soconusco.
El simposio de IG y la labor de diversas instituciones nacionales e internacionales son importantes para defender un aspecto que de mucho sirve a los productores, a los países de origen y sobre todo al consumidor, por ello el director general del Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial también participó en el simposio de la OMPI en Bangkok.H
Copyright 2013. Texto & Fotos:  Hidalgo